¿Quién no adora ese bocado cremoso por dentro y crujiente por fuera?
Queremos compartirles la historia detrás de la magia de nuestras croquetas congeladas y cómo transformaron la forma en que las disfrutamos en casa.
La verdad es que en nuestra familia (en especial nuestros hijos Diego y Olivia), las croquetas son una pasión. Podríamos comerlas a diario, ¡si fuera posible! Sin embargo, como bien saben, preparar croquetas es un arte que requiere tiempo y dedicación. Hablamos de una aventura de dos días que involucra picar, cocinar, enfriar, dar forma y, por supuesto, una montaña de trastes por lavar. A veces, la simple idea de todo ese proceso nos hacía dudar antes de lanzarnos a la cocina.
Fue precisamente esa pasión por las croquetas y la realidad de su elaboración lo que encendió la chispa de una idea: ¿y si pudiéramos disfrutar de su sabor y textura perfectos sin todo el trabajo? Así nació la solución: preparar una gran cantidad y congelarlas. ¡Fue un antes y un después!
Ahora, cuando el antojo de croquetas llega, no hay que pensarlo dos veces. Simplemente las sacamos del congelador y directo a la freidora de aire. En cuestión de minutos, están listas para ser devoradas. Lo mejor de todo es que conservan su textura inigualable, esa cremosidad que tanto nos gusta, y lo más importante: son mucho menos grasosas. Esto se debe a que solo reciben una ligera fritura antes de ser congeladas, manteniendo su delicioso sabor sin excesos.
De esta manera, hemos logrado llevar la comodidad a su máxima expresión sin sacrificar ni un ápice de calidad. Así que, si eres de los que disfrutan de las croquetas pero el tiempo es oro, ¡nuestras croquetas congeladas son la solución perfecta para ti!
